Buscar y encontrar.

No se si a todos los Letrados les pasará lo mismo, o harán como yo. Cuando recibo a un cliente por primera vez, o cuando me entrevisto con él en Comisaría o los Juzgados, lo primero que hago, es facilitarles el número de mi teléfono móvil, porque, dado que no tengo secretaria, ni la quiero, a veces es complicado localizarme en mi despacho, a según que horas, y según que días.
Esa inveterada costumbre la mantengo desde los tiempos en que usaba un Moviline, allá por el año 1995. También tengo el hábito, desde que los teléfonos móviles se popularizaron, de pedirles su número, pues yo también puedo necesitar contactar con ellos, e invariablemente lo memorizo en la agenda del aparato. La única distinción entre asuntos del despacho y asuntos del turno de oficio es que a estos últimos les pongo una nota para saber que son de oficio.
Esa forma de actuar me suele permitir identificar al cliente, que pasados tres años me vuelve llamar para pedirme el testimonio de su Sentencia y su Convenio Regulador.
Esta mañana, por lo visto, se ha personado en el Colegio de Abogados uno de esos clientes, de oficio, para decir que llevaba muchos días intentándolo y que no conseguía contactar conmigo. Y miren ustedes por donde, esta tarde, cuando me ha llamado en horas de despacho, he aparecido, como por ensalmo, al otro lado del teléfono. Tras nuestra conversación, me he tomado la molestia de mirar en la agenda de mi móvil, y allí estaba su número, con su referencia de ser de oficio.
Si yo, que tengo miles de clientes (en más de 20 años se acumulan muchos), tengo su número, ¿no sería lógico que él guardase el mío?, pues por lo visto no. Si se hubiera tomado la misma molestia que yo en apuntarlo, haría días que me hubiera localizado, yo le he buscado y le he encontrado a la primera....

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