Desde mayo.

Muchos meses han pasado desde que teclee en este blog por última vez.
Me comprometo a retomar la cotidianeidad de mis entradas, si os apetece leer.
Empezare por el final, que, como no puede ser de otra forma.
La tarde de hoy ha sido de las que no se olvidan. 
Primero unos padres agobiados por la situación de su hija maltratada, pero mayor de edad, que han visto, como por dos veces, han denunciado la violencia de género y ambas han terminado archivadas, con la inestimable colaboración de Su Señoría y la connivencia del Ministerio Público.
De ahí, sin solución de continuidad, he pasado a hacer números, como si fuera un contable, para terminar asumiendo que es inviable que mis clientes paguen ese dinero en ese tiempo.
Seguidamente mi teléfono ha comenzado a arder por los gritos inmisericordes de la denunciante de su hijo, a quien yo asistí en julio en un juicio rápido y de quién no he tenido más noticias, porque yo, el abogado de la defensa tengo la obligación de saber, tres meses después cuanto alejamiento de ella le impusieron a su hijo, en la carcel por su denuncia, la de la gritona.
Continuando con la tarde de órdago, me llama un interno del Centro penitenciario para decirme que presente mi renuncia, estoy designada de oficio, porque no he querido darle a su madre mi escrito de anuncio de una casación que no tiene ni pies, ni cabeza, ni sentido.
Pero ese lunes de infarto, no podría haber terminado mejor, cuando estaba saliendo del despacho me he consolado al recibir la respuesta a una llamada que había hecho y que me indicaba que alguien más que yo, aún trabajaba a las 9 y pico de la noche.
Aunque no haya estado aquí, la vida, mi vida de abogada de a pie, sigue igual.
Hasta mañana.

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