Madrugar.

Lo odio, lo detesto, me enfada, me molesta, me fastidia, no quiero madrugar.
Me hice abogada para empezar a trabajar a las 10, como una señora, no para pegarme un madrugón peor que el de un jornalero.
No es de recibo que te señalen juicio a los 8:30 de la mañana, ¡no están puestas ni las calles!.
Encima, con mi proverbial embotamiento matutino, voy a hacer un papelón antológico. Tendré que levantarme a las 6:00 para, a esas intempestivas horas, articular, coherentemente, algo más inteligible que un gruñido.
Mi cliente va a llegar en pijama y con gorrito, los guardias de la puerta con pantuflas y Su Señoría con el cepillo de dientes en la mano y la toalla envolviéndole el pelo y yo, para rematar el cuadro, con la bata de boatiné a modo de toga.
¡Joder hasta las 10 no es decente señalar las vistas!.

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